[gdlr_blog category=”CATEGORY_SLUG” num_fetch=”8″ num_excerpt=”20″ blog_style=”blog-1-3″ thumbnail_size=”post-thumbnail-size” orderby=”date” order=”asc” pagination=”enable” ]“Y vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor como a coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean estorbadas”, 1 Pedro 3:7
El 20 de Diciembre del año 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la declaración para la eliminación de la violencia contra la mujer. Desde entonces, mucho es lo que se ha hablado y se ha hecho en búsqueda de disminuir significativamente algo que representa una clara violación a los derechos humanos. Las Naciones Unidas han estimado que en América Latina más de la mitad de las mujeres ha sido objeto de actos de violencia en sus hogares. Se estima además que entre un 15% en Japón y un 71% de las mujeres en Etiopía ha sido víctima de abuso sexual entre los 16 y los 49 años de edad, de acuerdo al World Health Organization (WHO). No menos de un 45% han sido amenazadas, insultadas, o han sufrido destrucción de sus posesiones personales. Todo esto tiene un impacto en el aspecto emocional, físico y psicológico; y tiene un impacto similar en los hijos de esas mujeres abusadas. A esto, que es el peor de los costos, debemos agregarle incluso un costo económico significativo. En Estados Unidos, el CDC ha calculado que el costo económico de la violencia contra la mujer, en ese país solamente, es superior a los $5.8 billones de dólares. De esos, unos 4 billones corresponden a cuidados médicos, y un poco menos de dos billones corresponde a pérdida de la productividad.
Los estudios han revelado algunas de las causas que llevan a la violencia contra la mujer. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha señalado que la dependencia económica de la mujer al hombre es una causa importante, hasta el punto que de acuerdo a un estudio realizado por este banco, un 41% de las mujeres que no generaban ningún tipo de ingresos había sido abusada, comparado con solo un 10% de aquellas que eran capaces de trabajar y de generar ciertos ingresos. Hay otros factores sociales que han sido mencionados como causantes de este gran mal, como el nivel de educación y el desarrollo de sociedades machistas, entre otros.
No podemos negar que en la superficie éstas sean las causas secundarias del problema. Pero la causa principal de la violencia contra la mujer es la misma causa de la violencia intrafamiliar contra los hijos, y es la misma causa de la violencia social que vivimos todos los días y de la cual leemos en todos los periódicos. Lo que causa la violencia contra la mujer no es un problema que está afuera del hombre, sino dentro del hombre. Dios lo dijo de esta forma en el libro de Santiago, en 4:1, “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No vienen de vuestras pasiones, que combaten en vuestros miembros?” A veces queremos culpar a la sociedad de la corrupción y de la violencia que vemos hoy en día, pero se nos olvida que es el hombre que ha corrompido a su sociedad.
El libro del Génesis describe el principio de la creación, y en Génesis 1:27 esto es lo que leemos: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. La violencia contra la mujer necesita ser detenida porque representa una violación a los derechos humanos, pero la base para los derechos humanos es la presencia de la imagen de Dios en el ser humano. Si el hombre fuera simplemente un conjunto de aminoácidos combinados al azar, como algunos postulan hoy, entonces tendríamos que hablar no de los derechos humanos, con todo lo que implica este concepto, sino de los derechos que aminoácidos organizados al azar pudieran tener.
Cuando una mujer es atropellada, el atropello es cometido contra la imagen de Dios que ella lleva impresa en su espíritu. Esta idea de la imagen de Dios en el hombre es tan importante para Dios que, de nuevo, en el libro de Santiago 3:9 , Dios acusa a aquellos que maldicen a otros porque, eso representa una violación contra la imagen de Dios… una simple maldición hecha contra otro. Imaginémonos ahora cómo debe ver Dios el abuso físico cometido contra una mujer, o contra una niña.
Yo no creo que el estado socioeconómico sea la causa primaria de este mal, porque el abuso contra las mujeres es algo que ha sido descrito de forma universal y en todas las clases sociales. Tampoco creo que la educación sea la solución primaria a la problemática de la violencia, porque no podemos olvidar la historia. Fue la intelectualidad alemana que perpetró el holocausto Nazi, donde murieron seis millones de judíos, y entre 10 y 11 millones de personas en total, millones de las cuales fueron mujeres. No podemos olvidar que el siglo XX que acaba de pasar ha sido el siglo más educado y de mayor avance tecnológico, y sin embargo fue el siglo más sangriento del que tengamos conocimiento. Más personas murieron en el siglo XX producto de conflictos bélicos que en todos los siglos anteriores combinados.
El problema de la violencia contra la mujer está relacionado al lugar donde estamos como sociedad. Una sociedad que no reconoce a Dios, como lo refleja su comportamiento, es una sociedad que no tiene temor de Dios, y Él nos dijo en Oseas 4:6 , “Mi pueblo perece por falta de conocimiento”; de conocimiento del Dios de lo alto. Dios entiende que los males sociales que experimenta una sociedad, incluyendo la violencia contra la mujer, son el resultado primario de la falta de temor de Dios en el corazón del ser humano. El hombre que abusa de una mujer no tiene temor de Dios en su corazón, y si no tiene temor de Dios, tampoco tendrá respeto por Su imagen.
Es penoso que después de que el cristianismo haya impactado tanto la civilización de occidente, ese mismo occidente quiera sacar a los valores cristianos de la sociedad que logró cambiar. Antes de la influencia de los valores cristianos, el valor de la mujer era casi inexistente. En las culturas antiguas, y en algunas de hoy donde no hay influencia cristiana, la mujer no es más que una propiedad del esposo. En China, en Roma y en Grecia se pensaba que la mujer no era suficientemente competente como para ser independiente.
Decía hace un momento que la educación puede ayudar a cambiar algunas cosas, pero no cambiará el valor que el ser humano se da a sí mismo. Aristóteles, el padre de la filosofía, pensaba que la mujer era algo intermedio entre un hombre y un esclavo. Platón, otro de los grandes filósofos, y alumno de Sócrates, enseñó que si un hombre vivía cobardemente, él reencarnaría siendo una mujer. Y si ella vivía cobardemente, esa mujer, decía Platón, reencarnaría como un ave. En Roma las niñas eran abandonadas con frecuencia en una especie de basurero, y otros venían luego, las recogían y las criaban como esclavas o como prostitutas. Sofie Reuter y Anna Jakobsen, dos misioneras de Noruega que se fueron a la China, escribieron en el año 1880, antes de que los valores cristianos hubiesen comenzado a penetrar en aquel país, que era frecuente que los padres abandonaran a las niñas para que las bestias salvajes se las comieran, porque después de haber tenido una o dos niñas, ya no querían más. En la India, las viudas eran quemadas en los funerales de sus esposos, una práctica que ellos llamaron sutte, que significa “mujer buena”. Ellos entendían que era una mujer buena aquella que seguía a su esposo después de la muerte. En África, antes de la penetración del movimiento cristiano en aquel país, también existían prácticas similares. Aun dentro de nuestro propio país, en la cultura indígena, la mujer era enterrada viva cuando el esposo moría, y creo que el museo del hombre dominicano tiene esas evidencias.
Las cosas comenzaron a cambiar en los últimos 200 años, con el movimiento misionero cristiano que comenzó a penetrar la China, la India y el continente Africano. Lamentablemente, con el paso del tiempo la influencia cristiana comenzó a menguar debido a oposición en esos países, y esa es la razón por la que los cambios en favor de la mujer no continuaron. Ningún otro movimiento ha hecho más por levantar el valor de la mujer que el movimiento cristiano. Si Dios hizo al hombre y a la mujer a Su imagen y semejanza, entonces la mujer tiene un valor en si misma, algo que es intrínseco e innegable.
Creo que es tiempo de que dejemos de culpar a la sociedad por un problema que no está afuera del hombre, sino dentro de su corazón. Dado la limitación del espacio para esta discusión, quisiera cerrar esta breve reflexión con una ilustración.
En una ocasión, un padre llegó cansado a su casa y su hija pequeña quería jugar; pero el padre quería ver televisión, de manera que le dijo a la niña que se fuera a jugar; pero ella no quiso. De repente, el padre mira para el lado y se percata que cerca de él había un periódico, y que el periódico tenía un mapa del mundo. El padre rompe la página del periódico en múltiples pedazos y le dice: mira hija, trata de armar ese mapa del mundo y cuando lo tengas listo vuelve. El padre pensó que tenía por lo menos dos horas para ver televisión. A los pocos minutos la hija regresó con el mapa armado. El padre, sorprendido, le dice: ¡Mi hija! ¿Cómo pudiste hacer tal cosa tan rápido? A lo que la niña respondió: detrás del mapa, en la parte de atrás de la hoja del periódico hay una figura de un hombre, y cuando tú armas al hombre, el mundo queda armado. Esa es la realidad: cuando tú armas el mundo interior del hombre, su mundo queda armado. Lamentablemente hemos invertido los papeles, y hemos gastados millones de dólares y enormes cantidades de recursos queriendo armar el mundo exterior del hombre, modificando su conducta. Mientras, su mundo interior no ha sido armado, y después de esos inmensos esfuerzos, hoy tenemos una sociedad más disfuncional que en tiempos anteriores. No olvidemos la enseñanza de Romanos 8:7 , que nos dice que la mente del hombre que no conoce a Dios, no se somete a la ley de Dios, y ni siquiera puede hacerlo. ¡De ahí que la única solución del hombre es un encuentro con Dios vía su Redentor, Jesucristo!