“Su cuerpo no podrá tener bebés”.
Seis palabras del doctor que cambiaron mi vida. Seis palabras que rompieron mi corazón. Seis palabras que, a medida que pasaban los años, me enseñaron a anhelar a Cristo más de lo que anhelaba tener un bebé.
La falta de hijos ha afligido a muchos desde que el pecado llegó al mundo. Incontables números de hombres y mujeres han experimentado el anhelo de ser padres. Algunos han enfrentado la infertilidad, esforzándose un mes tras otro por quedar embarazados. Otros han perdido a pequeños preciosos por un aborto espontáneo. Otros aún siguen solteros y desean ser padres, pero el matrimonio los evita. Y algunos han experimentado el dolor de un aborto. Aunque la carencia de hijos toma muchas formas distintas, el aspecto en común es que se soporta y se lleva en silencio.
Mi viaje con este problema silencioso comenzó siendo una joven de 19 años, cuando el doctor susurró esas seis palabras y las introdujo en mi historia. En ese frío día de Noviembre, aprendí que nací con una rara condición médica que haría que tener un bebé de forma biológica fuese casi imposible.
Por qué a menudo es un problema silencioso
El no tener bebés es una pena íntima. Nuestra fertilidad, o la ausencia de ella, está tan estrechamente ligada a nuestra identidad, que compartir nuestros problemas en este área con la familia, amigos, o nuestras comunidades de iglesia pueda hacernos sentir incluso más vulnerables. Cuando nuestra capacidad para reproducirnos se ve afectada, esto puede causar una inmensa vergüenza que se suma a la tristeza porque el no tener bebés contradice lo que sabemos acerca de la forma en que las cosas se supone que deben ser – la forma en que se supone que debemos ser. Quizás lo peor de todo, es que a menudo es una lucha silenciosa y solitaria. Nadie sabe que estás experimentando la carencia de hijos a menos que lo cuentes. El peso está sobre el que tiene el dolor.
Tras salir de la oficina del doctor, mi corazón estaba embarazado con mil emociones diferentes. La vergüenza era una de las más fuertes. Estaba avergonzada porque fui creada de forma distinta a la mayoría de las mujeres. La cultura cristiana en la que estaba sumergida parecía promover la idea de que el designio más alto de una mujer era el ser madre. Mi cuerpo era diferente, y pensaba que si las personas sabían mi secreto, me verían de forma distinta … que sería etiquetada como “menos que” otras mujeres.
El enemigo no amaría nada más que el hecho de que la vergüenza nos mantenga callados, intentando evitar la mirada de Dios y de los demás. Pero la voz de Dios hacia nosotros, la visión de Dios para nosotros, y su presencia con nosotros, es más profunda y más verdadera que cualquier pena que pudiéramos experimentar en medio de nuestra infertilidad.
Dios está presente en medio de la falta de hijos
La falta de hijos era mi primer encuentro real con el sufrimiento. Había crecido en un hogar cristiano, e incluso aunque nuestra familia pasó algunas temporadas desafiantes, mis padres actuaron como amortiguador. Siendo la hija mayor en una familia de ocho, solía ser la “chica buena”, y nunca quería que mis acciones sacudiesen la familia.
Mi buen comportamiento me mantuvo alejada de los problemas y facilitó mi vida relativamente – hasta esa visita del doctor. En la etapa de tristeza que vino después, no sólo aprendí cómo involucrarme con Dios; comencé a aprender quién es Él realmente. Una de las lecciones más dulces para mi alma fue aprender que mis oraciones nunca molestaban a Dios. Es su gozo, no su deber, estar presente con nosotros. Se deleita cuando sus hijos vienen a Él, confían en Él, desnudan sus almas ante Él, le presionan, y crecen más como Él.
Dios nos invita a todos a que llevemos nuestros corazones atormentados y afligidos a Él en oración. Charles Spurgeon dice que “nuestros problemas deberían ser corceles con los que cabalgamos hacia Dios; vientos embravecidos que apresuran nuestro clamor hacia el refugio de toda oración. La amargura de espíritu puede ser un índice de nuestra necesidad de oración, y un incentivo para ese ejercicio santo”.
Nuestros problemas y penas por la falta de hijos pueden convertirse en un corcel sobre el cual cabalgamos hacia Dios en oración.
Un Padre para las tristezas ocultas
Si tenemos tristezas ocultas, no deberíamos retrasar el contacto con nuestro Padre en oración. Y cuando no sabemos cómo o qué orar, Dios nos da palabras, especialmente en los Salmos.
Cuando comencé a compartir con los demás que no podía tener hijos, algunas personas me fustigaron, diciendo que necesitaba orar con más fuerza y tener más fe. Si lo hacía, quizás entonces Dios me bendeciría con hijos. La difícil realidad es que Dios no promete que cada uno de nosotros dará a luz hijos. A menudo colocamos equivocadamente nuestra esperanza en alguna cosa buena, cuando Dios solamente promete darnos lo mejor: Él mismo. Excavé en las Escrituras para descubrir las promesas que puedo proclamar:
– Él promete nunca dejarnos (Mateo 28:20; Hebreos 13:5).
– Él promete amarnos siempre (Salmos 103:17).
– Él nos promete que su gracia siempre será suficiente para nosotros (2 Corintios 9:8).
– Él promete sostenernos siempre (Salmos 55:22; 1 Corintios 1:8).
– Él nos promete su ayuda (Salmos 54:4; Hebreos 13:6).
– Él promete ser siempre fiel con nosotros (Salmos 117:2).
– Él promete proveer para todas nuestras necesidades (Filipenses 4:19).
Invita a otros a tu aflicción
Lentamente y con vulnerabilidad, comencé a compartir mi aflicción con los demás. Sabía que esta carga era muy pesada para que la llevara sola, y que la comunidad cristiana es uno de los regalos que Dios da a sus hijos. Resultó que el compartir no era tan aterrador como pensaba que iba a ser. Al permitir a mis amigos entrar en mi aflicción, me sentí como si un peso se hubiera quitado de mi alma. Estaban allí para ayudar a amarme y motivarme en mis días más oscuros.
Las amistades profundas pueden forjarse mediante experiencias comunes, incluso las más dolorosas. Aunque la falta de hijos es una experiencia muy dolorosa, se pueden encontrar y formar amistades, ya que los hermanos y hermanas caminan juntos a través de las pruebas. Como C.S. Lewis dijo, “La amistad nace en el momento en que una persona le dice a otra: ‘¡Qué! ¿Tú también? Creía que era el(la) único(a).’”
Abrirse y compartir algo así de difícil y personal puede sentirse desafiante, pero te garantizo que no es tan agotador como caminar solo a través de la aflicción. La carga de la falta de hijos es demasiado grande para soportarla solo. Permite que tu comunidad te rodee con amor, apoyo, motivación, y un hombro en el cual llorar. Considera sentarte con tu pastor o un cristiano mayor en tu iglesia y compartir tus penas. El cuerpo de Cristo está destinado a “gozarse con los que se gozan, [y] llorar con los que lloran” (Romanos 12:15). Ten disposición a permitir que otros lloren contigo.
No permitas que la falta de hijos siga siendo un problema silencioso. Aprende cómo llevar tu espíritu atribulado a Dios en oración, y cómo invitar a los demás al interior de tu aflicción de modo que puedan ayudarte a apuntar hacia Dios.
■ Autora: Chelsea Patterson Sobolik, autora de Longing for Motherhood y ha trabajado para la Cámara de Representantes de los EE. UU. en temas como el bienestar infantil, la libertad religiosa, la adopción y la política de cuidados de crianza. Ella y su esposo, Michael, viven en Washington, D.C
■ Fuente: www.desiringgod.org