En la vida, pocas cosas son tan fundamentales como los cimientos sobre los cuales edificamos nuestro hogar y nuestra familia. Si miramos la enseñanza de Jesús, encontramos que la construcción de una vida estable y duradera, como un matrimonio o una familia, requiere una base firme, un terreno sólido y unos principios que no se desplomen con el tiempo.
Es imposible no admirar la sabiduría pedagógica de Jesús, quien usaba historias simples, pero profundamente profundas, para transmitir enseñanzas eternas. Su estilo, lleno de metáforas y parábolas, sigue siendo una de las formas más efectivas de grabar en nuestro corazón los principios del Reino de Dios. Una de esas lecciones nos la da a través de una de sus más conocidas parábolas sobre la construcción.
En nuestra labor en el Instituto de Formación Familiar (INFFA), nos encontramos con un versículo que, como un faro, nos guía en la tarea de edificar hogares sólidos: «Si el Señor no edifica el hogar, en vano trabajan los que lo edifican» (Salmo 127:1). Este versículo nos recuerda que, sin importar nuestros esfuerzos, si no construimos sobre la base sólida de la Palabra de Dios, todo lo demás será en vano. Él es el arquitecto de nuestras vidas; su diseño es el plano que debemos seguir.
Jesús, el Maestro Constructor
Jesús no solo nos habla de la importancia de edificar; también nos advierte sobre el tipo de material y terreno que usamos para construir. En Mateo 7, ofrece una poderosa ilustración de cómo nuestras decisiones afectan el futuro de nuestros hogares. Nos dice:
«Cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre sabio que construyó su casa sobre la roca. Cayeron lluvias, vinieron ríos, soplaron vientos y azotaron aquella casa, pero no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron lluvias, vinieron ríos, soplaron vientos y azotaron aquella casa, y su ruina fue grande.» (Mateo 7:24-27)
Este pasaje nos invita a reflexionar sobre los cimientos de nuestro hogar. La pregunta es clara: ¿Sobre qué terreno estamos construyendo nuestra vida familiar? Si elegimos seguir los valores cambiantes y a menudo volátiles de la sociedad, estamos edificación sobre la arena. Esto es peligroso, pues cualquier tormenta o viento en nuestra vida podrá derribar lo que tanto nos costó construir.
El Terreno de la Cultura y sus Consecuencias
Es esencial comprender lo que nos rodea, para poder tomar decisiones sabias sobre lo que permitimos entrar en nuestro hogar. En la vida, como en la guerra, el conocimiento es poder. El conocimiento de la cultura que nos rodea, de sus costumbres y valores, nos ayuda a determinar lo que debemos rechazar, para evitar que nuestros cimientos se debiliten.
Durante los años 70, en muchas playas en España se convirtieron en lugares muy populares para construir casas. Las vistas eran hermosas, y la ubicación parecía ideal para vivir. Sin embargo, muchas de estas casas fueron construidas sobre terrenos arenosos, que con el tiempo cedieron bajo el peso de las lluvias y vientos. Hoy, algunas de estas casas han sido destruidas, porque sus cimientos no resistieron las pruebas del tiempo.
El Matrimonio: Un Proyecto que Requiere Bases Fuertes
Este ejemplo ilustra claramente el peligro de construir sobre la arena. Lo mismo ocurre con el matrimonio. Si no está cimentado sobre principios firmes y bíblicos, las tormentas de la vida, los desafíos y las dificultades pueden acabar con lo que parecía ser una relación prometedora. La verdadera fortaleza de un hogar no viene de lo que poseemos, sino de cómo lo edificamos, sobre qué base lo levantamos.
La pregunta es, por tanto, inevitable: ¿En qué estamos basando la construcción de nuestro hogar y nuestro matrimonio? ¿Estamos eligiendo los valores sólidos de la fe en Cristo o estamos dejando que la corriente de la cultura decida por nosotros?
Como nos enseña Jesús, solo aquellos que construyen sobre la roca sólida de su Palabra y obedecen sus enseñanzas verán sus hogares mantenerse firmes ante cualquier adversidad.
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